Suena el despertador a las 7 en punto, pero las piernas no responden y aguantamos un ratito más en la cama antes de levantarnos.
Empezamos nuestro primer día en Kyoto con un plato fuerte: Fushimi Inari. Si el nombre no te dice nada, seguro que te suena la imagen de un camino de puertas Torii rojas que ascienden por la ladera de la montaña. No se si hay foto más típica de un turista en Japón. Como buenos samuráis de baratillo, nos enfundamos en nuestros equivalentes Quechua a un kimono y salimos cortando camino a la estación.
En Tokio no teníamos la sensación de masificación que estamos teniendo en Kyoto. Vayas donde vayas y sea la hora que sea todo esta repleto de gente, tiendas, restaurantes, la misma calle está atestada de gente, gente de todos los colores, se oyen todos los idiomas.
La afluencia en el tren ya daba pistas de lo que iba a ser aquello. Pero cuando bajamos y salimos de la estación lo confirmamos. Hordas de turistas de todas las nacionalidades que se te ocurran nos dirigimos hacia el mismo sitio… empezamos a preocuparnos. Y efectivamente, aquello está como si juntamos el paseo de la feria un sábado noche, con el chupinazo de los san fermines y la feria de abril. El lugar es espectacular y nos dejamos llevar por la marea humana a través de los primeros tramos de puertas. La verdad es que en este punto pensaba que la visita se iba a la mierda con tanta gente y que no seríamos capaces de disfrutarla, pero me equivocaba. Comenzamos la ascensión al monte Inari, vamos pasando tramos y subiendo y, aunque no podemos decir que fuéramos solos en ningún momento, en los tramos superiores sí que se puede ver en condiciones y hacer algunas fotos chulas para el recuerdo. El sitio es una maravilla y, si los japoneses tienen 2 dedos de frente, no tardarán en limitar el número de accesos diario, al menos a turistas. Si vienes un día como el que tenemos hoy, de lluvia fina, 95% de humedad y unos 18 grados, es una subida asequible para todos los públicos. Nos hemos acordado mucho de Sofía, Gabi y Efi, pensando en visitar esto en agosto con 40º.
Como hay tanta gente se ve de todo… gente con traje y corbata que viene con su asistente, gente que sube vestida con el traje regional para hacer una ofrenda en alguno de los santuarios de la zona, guiris con todos los looks posibles y, en principio, todos los que se lo proponen llegan hasta arriba en mejor o peor estado.
Volvemos al tren con las piernas un poco temblorosas del cansancio acumulado y los 5 km de subida + bajada. Nos dirigimos ahora a la zona del templo Tofukuji, un recinto y con un precioso puente + pasarela con unos alrededores espectacularmente mantenidos, a los que el otoño da unos colores muy especiales. Merece la pena el pateo.
Volvemos a tren, esta vez con destino bien diferente, llenar la barriga. Tenemos apuntando un restaurante de ramen con buena fama y allá que vamos. Se encuentra situado cerca de la zona de Pontocho. Para llegar hasta allí, de nuevo hemos tenido que caminar unidos a un río de personas que desbordaba las aceras desde la salida de la estación, nos perdemos por unos pequeños callejones peatonales con mucho encanto y disfrutamos una vez más de la arquitectura japonesa, esta vez viendo pequeños edificios de 2 o 3 alturas, con sus fachadas de pequeño azulejo. Finalmente llegamos al restaurante. Nos apuntamos a la lista de espera y nos sentamos en la puerta. Cada poco tiempo, una chica con pelo azul y sombrero tipo Fedora sale y va llamando por nombre. ¡Nos tocaaaa! Qué hambre. El restaurante es minúsculo, la mitad de su espacio disponible está reservado a la barra /cocina cochina vista y al otro lado de la barra se sientan los comensales. Nos clavamos 2 platos de ramen que nos saben a gloria y arreglan el cuerpo… estamos listos para continuar.
Nos volvemos a unir a la marea de personas y paseamos por el mercado de Nishiki, una calle llena de puestos tradicionales con todo tipo de productos (pescado, carne, dulces, etc) que, aunque sigue siendo utilizado por japoneses, se ha adaptado para engatusar a los turistas. Los puestos exhiben sus productos con sucedáneos de plástico que te hacen dudar (¿son de gambas de plástico o de verdad?) y los empleados ofrecen sus viandas con ese sonsonete cantarín que ya nos resulta tan característico.
Ha empezado a llover y nos refugiamos en un Book-off, una tienda de segunda mano de varias plantas en la que puedes encontrar de todo, desde videojuegos hasta kimonos. Decidimos volvernos al hotel y descansar unas horas, pero tardamos casi dos en llegar entre caminatas a estaciones, trenes abarrotados (de nuevo, tenemos que meter barriga para entrar en el vagón) y distracciones en la estación de Kyoto, que es un espectáculo en si misma. Vemos unas luces allá por la planta 12 y decidimos subir a golismear. Tras 5 o 6 tramos de escaleras mecánicas, llegamos a una gigantesca escalera decorada con leds que se ilumina con los colores del arcoíris y proyecta dibujos animados. Estos japoneses son la leche.
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