Hoy nos despedimos de Tokyo. Nos levantamos temprano, con las piernas un poco rotas de los 20km que andamos ayer. Yo creo que o aun tengo jetlag o me estoy quedando gilipollas. En el alojamiento, en el baño, nos encontramos el día de llegada, unos sobres azules y violetas monísimos, con ilustraciones como de frescor y por supuesto letras en japones. ¿A que tú estás pensando también que es un enjuague bucal? Pues no, colega, es el detergente de la lavadora… Pero bueno, si se comen el jengibre que sabe a fairy, porqué no me voy a enjuagar yo con ello… Frescor todo el día llevo, oiga.
One more time, pillamos el metro en hora punta, a la tercera, porque hemos dejado pasar 2 trenes, más apretados que un sujetador push up. En el tercero nos subimos metiendo culo, estilo japones. Lo hemos aprendido de ellos: te subes, giras 180 para quedarte mirando a la puerta y te haces hueco con el culo, no falla. Nos dirigimos a Ginza. Hacemos una parada técnica en la gran estación de Tokio, para canjear nuestros Japan Rail pass. También dejamos la maleta en una consigna, desatendida. Negociaco, no entiendo cómo no se ha importado eso a España. Por 800 yenes tienes una taquilla a tu disposición durante un día entero, puedes dejar tus cosas y visitar la ciudad libre de pesos.
Una vez en Ginza, distrito financiero, tiendas de ultra lujo: Aston Martin, Porsche, Tiffanys, Cartier.. Pero nosotros veníamos a ver un mercado de antigüedades, que no está. Hemos fallado el día. Visitamos por fuera los jardines del palacio real. No sé qué le hace esta gente a los pinos, que les quedan chulísimos, aunque un poco raquíticos y sin piñas… ellos verán.
Paseamos entre rascacielos y construcciones que serían la envidia del personal de urbanismo del ayuntamiento de Nueva York, edificios con fachadas retorcidas, galerías con cristaleras imposibles, tirantes de acero para sujetar pasarelas altísimas que dejan enormes espacios suspendidos sin aprovechar, como en nuestro salón, pero a lo bestia y contrastando con el aprovechamiento máximo que se hace de cada centímetro cuadrado (como en el cajón de los calcetines de Merche) a 500 metros, donde se ha convertido el espacio situado bajo las vías del tren, en galerías de tiendas o pequeños restaurantes, cuyas fachadas tienen un encanto infinito y parecen transportarte a un japón mucho más antiguo y poético.
Nos dejamos llevar por la ola del consumo y nos metemos en una preciosa tienda de papelería llamada Itoya, 7 plantas para perderse admirando un catálogo infinito de cosas chulas para sacarte los cuartos, una planta adicional de cafetería y de regalo, otra con un cultivo hidropónico de lechugas. Sí, yo también he flipado, ya que montas un cultivo hidropónico, pon algo más glamuroso que lechugas. Nos compramos un cuadro que ya teníamos en mente antes de venir y unas tijeras para manualidades, para echar la lotería de ver si nos detienen en el aeropuerto 😊
Después hemos visto algo inédito, irrepetible por exótico y bizarro. Sí, amigos, hemos visto un chino negro xDDDDDDD, es verdad, chino, asiático, hawaiano, no sabemos de dónde era, pero era rarísimo. En fin, pensareis que estamos locos, pero era muy curioso. Que paletos somos.
Hemos comido en un centro comercial, en un restaurante de la cadena Sushiro: entras, pides mesa en una pantalla, se imprime un ticket numerado. Cuando es tu turno te llaman por megafonía, escaneas tu ticket con QR y se imprime otro ticket donde va tu número de mesa. Te sientas en una barra corrida, sin separación del resto de comensales, esto es bastante típico por aquí (también había mesas de 4, pero teníamos demasiada hambre para esperar). En la mesa, tienes una tablet para pedir lo que quieras y una cinta transportadora te va trayendo la mandanga, mientras tú estás ahí sentado al lado de un chino negro, flipa, un chino negro!
Para seguir con el rollo consumista hemos visitado un UNIQLO, como el Zara de los japoneses, tiene ropa de calidad bastante decente a buenos precios, volveremos si nos da tiempo.
Vuelta a la estación y visitamos el trocito que queda del edificio antiguo… el nuevo es una mole de cristal, hierro y hormigón tremenda, el otro tiene más encanto, pero es minúsculo a su lado.
Nos subimos en un tren bala.. desde donde voy aporreando este texto en el portátil de Merche. Nos queda no pasarnos la parada, encontrar el hotel y descansar para mañana vivir nuevas aventuras en nuestro nuevo destino: Kyoto.
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