Después de varios días durmiendo muy mal (llámalo jetlag, llámalo “como en tu cama no se duerme en ningún sitio”), por fin hemos descansado y nos damos el lujo de levantarnos a las 9:30. Desayunados y con fuerzas renovadas, comenzamos la mañana fuerte, directos al cruce de Shibuya. Hay doscientos miradores, pero nada más llegar desde la estación de metro ya tienes unas vistas espectaculares del lugar. Por si acaso, nos hemos colado en el famoso Starbucks que tiene un mirador solo para clientes (je!). Y, por supuesto, como buenos gaijin, hemos cruzado los pasos de peatones unas 7 veces en varios sentidos.
Tras saludar a Hachiko (eludiendo también la cola de guiris que esperan para la foto), recorremos las alborotadas calles del barrio de Shibuya. Pasamos más de una hora en la tienda Hands, dedicada a manualidades y papelería. Subimos a la tienda oficial de Nintendo que está junto a la Capcom. Debajo, eel Pokemon Center, pero esto ya era demasiado. Jamás habíamos estado en un sitio con tantos centros comerciales por km2.
Paseando hemos cruzado el parque Yoyogi para llegar al templo Meiji. Es increíble pasar del bullicio de Shibuya (gentío, rascacielos, tráfico) a la paz y el entorno de naturaleza de esta zona aledaña. Paseamos un rato por el recinto del templo, donde vemos una boda, una señora que se ha partido los piños contra un escalón (qué porte, qué saber estar, qué templanza, no hacen un mal gesto ni cuando se escamochan) y una pequeña familia ataviada con ropa tradicional haciendo una sesión de fotos (el niño de unos 5 años iba perdiendo las sandalias todo el rato, era adorable). Además, nos enteramos de que a este emperador le iba bastante churrar, porque hay dos megacolecciones de barriles de sake y de vino de Borgoña.
Son las 3 de la tarde y estamos hambrientos, por lo que babeando caminamos entre el bullicio de Harajuku en busca de un restaurante especializado en gyozas que tenemos apuntado. Pasamos de rascacielos a edificios de dos alturas. Creo tres cosas: una, este es el típico restaurante japonés; dos, es el sitio con más mierda en el que hemos comido nunca (la grasa que chorrea por la freidora no es de hoy, ni de ayer); tres, no vamos a volver a comer unas gyozas tan espectaculares como estas.
Paseamos por las calles de los alrededores, llenas de tiendas de lujo que se han establecido en los edificios del barrio con bastante encanto. Tomamos el metro para llegar a nuestra última parada del día: Shinjuku. Ya es de noche y callejeamos por el Golden Gai (estrechos callejones repletos de bares en los que caben literalmente 3 personas) y por el barrio rojo de Tokio, lleno de neones, burdeles, restaurantes, pachinkos y gente por todas partes. Saludamos a Godzilla, que asoma por la terraza de un rascacielos, y continuamos al Edificio del Gobierno Metropolitano. Nos encontramos con un espectáculo de luces y sonido proyectado en la fachada del edificio, que tendrá unos 60 pisos de altura, record Guiness de video-mapping. Aprovechamos para subir al mirador de la planta 45: las vistas de la ciudad iluminada nos dejan sin respiración.
Ha sido un día intenso. Nos hemos encontrado con un concierto callejero, jóvenes haciendo cola para ver a sus idols, un gigantesco gato en 3d en lo alto de un rascacielos y hemos llenado nuestra libreta de sellos que encontramos en los lugares más inesperados (ya os contaremos de qué va este rollo).
Hoy nos hemos dado cuenta de que tenemos que volver a Japón: se acaban nuestros días en Tokio y nos hemos quedado sin poder acercarnos al Monte Fuji.
Comments are closed.