AMOR
Aquel no era un lunes cualquiera. Durante todo el fin de semana se había librado una dura batalla en su cabeza. Tras el increíble giro de los acontecimientos, había pasado ya tres días sin salir de casa, buscando por la ventana un atisbo de vida que no encontraba.
«¡Quédate en casa! ¡No salgas!». Palabras grabadas a fuego en el subconsciente que le impedían, aunque lo estuviera deseando, poner un pie en la calle.
Las tiendas estaban cerradas, los parques precintados y los restaurantes sellados por unas persianas que nadie sabía cuándo volverían a subirse.
Cogió la botella de vino con su mano buena, la otra la tenía dolorida de mantener en alto la linterna. La acercó con sigilo a sus labios y dio un largo trago de aquel líquido, ácido y rosado, que tan delicioso le sabía.
La mirada clavada en el horizonte a la espera de algo que no llegaba… cuando, por fin, un lejano punto se iluminó en la oscuridad. Y otra vez. Más intenso.
Destello corto. Destello largo. Dos destellos largos. Tres más. Corto, largo corto.
A M O R
Se dejó caer en la butaca que había apalancado delante de la ventana. «Sabía que estabas ahí. ¿Por qué has tardado tanto?». Y alzó de nuevo su linterna… y contestó al mensaje.