Ayer nos acostamos pronto y hoy conseguimos madrugar un poco. A las 7:30 ya estamos en el bosque de bambú de Arashiyama, uno de los lugares más visitados de Kyoto. Pensamos que con el madrugón que nos hemos pegado vamos a estar casi solos, pero no. Ya hay bastante gente. No me quiero imaginar cómo se pondrá esto a las 12 del mediodía. Lo cierto es que el paseo entre los kilométricos tallos de bambú es espectacular y no me extraña que todo el mundo quiera verlo.
Continuamos el camino hacia la montaña y enseguida nos quedamos solos. Caminamos por una calle con mucho encanto hacia un templo que no nos queremos perder: el templo Otagi Nenbutsuji. Después de un paseo de una media hora, llegamos y todavía no han abierto. Tenemos que esperar con otros cuantos visitantes más que también han madrugado. Nos sobrecoge este lugar mágico, un templo en medio de la montaña, donde solo se oyen los pájaros y el correr del agua. Lo especial de este lugar (para nosotros, supongo que para los fieles del budismo tendrá otros encantos) son las 1200 estatuillas de monjes de piedra, cada uno con una expresión, una postura y unos complementos diferentes. Los hay con cara adorable, de sorpresa, con gafas, collares, gatos, patas arriba o máscara. Además, muchos de ellos están cubiertos de musgo. Es una estampa singular y muy mágica. Además, los colores del otoño empiezan a abrirse paso y mires donde mires encuentras una imagen de postal.
De vuelta a la marabunta, visitamos el templo Jojakko, que nos han recomendado Gabi y Efi. Nos estamos acordando mucho de ellos porque hoy, por ejemplo, en pleno noviembre llegamos a los 22 grados y vamos en manga corta. En algunos momentos, sudamos. No podemos ni imaginarnos cómo tiene que ser esto en verano con 35 grados. Pero volviendo al templo, es una preciosidad con una pagoda, unos jardines de cuento y, de nuevo, los arces rojos cambiando su vestimenta. Además, al fondo se contemplan unas vistas de Kyoto dignas de foto de revista.
Jamás pensé que podría comerme una excelente ración de sushi a las 11:30 de la mañana, pero lo que está claro es que este viaje no deja de sorprendernos. Estamos hambrientos porque hemos madrugado y caminado mucho. Así que, aunque el restaurante al que vamos tiene 4 mesas, hay sitio y nos sentamos directamente. Las porciones de pescado de los nigiris son como la mano de un niño y los rolls casi no nos caben en la boca. Qué placer de comida. Además, probamos lo que aquí llaman el fatty tuna, que son lonchas de atún pero con la parte grasa (a la vista, se parece mucho al jamón, e incluso también te recuerda cuando te lo comes). Para rematar, cuando pedimos la cuenta, sale el cocinero para darnos las gracias un millón de veces por haber comido en su restaurante. Esta gente es de otro mundo.
Con las barrigas llenas, cruzamos el puente de Togetsukyo junto a 2 millones de turistas más y nos acercamos a una zona recreativa donde la gente monta en barca y pasea por los alrededores. La zona tiene mucho encanto, a pesar del gentío. Nos sentamos brevemente a ver los árboles, el río y la gente circular sin prisa.
A continuación, nos dirigimos a la estación del tranvía para ir a la zona del Pabellón Dorado. Allí probamos el helado de té matcha (esta variedad es muy típica de Kyoto y tienen todo tipo de alimentos hechos con matcha). Tomamos el tranvía y todo va rodado hasta que nos damos cuenta de que está cogiendo un ramal que no es el que nosotros queremos. Ala, bájate del tranvía, coge otro de vuelta, súbete en el correcto…. Por fin, el tranvía nos deja en el templo Ninnaji, pero vemos en Google maps que para llegar al Pabellón Dorado hay que andar 35 minutos. ¿¿¡¡35 minutos!!?? Menos mal que encontramos un autobús que nos lleva cómodamente, porque tenemos los pies a punto de estallar.
El Kinkakuji o Pabellón Dorado bien merece la visita, un templo forrado con pan de oro, un poco ostentoso, también es verdad. Pero el recorrido es corto y agradable, aunque como ya es habitual en este viaje, también hay millones de personas. Son solo las 15:30 cuando llegamos al hotel, pero hemos madrugado mucho y el cansancio se nos acumula. Además, mañana nos vamos de excursión y el día también será largo.
Me estoy dando cuenta de que estos viajes son como una gymkana de 15 días. Desde que te levantas hasta que te acuestas tienes que ir superando pruebas para conseguir llegar de vuelta sano y salvo a donde duermas ese día: saca los billetes de tren, no entiendes nada porque todo está en japonés, saca el Google translator, haz varias reverencias a la amable señora de la estación para que te ayude, busca el andén, no te pases la parada, sigue a Google maps (no, en esa dirección no, vas al revés), paraguas en la mano todo el día y al final no llueve, el calcetín que se te retuerce y te hace herida… qué dura es la vida del turista.
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