Hemos dormido fatal, a las 2 de la mañana los ojos como platos, pero a las 8 ya estamos saliendo por la puerta para arrancar el tercer día, que viene cargadito.
Nos unimos al río de hormigas que van descendiendo al abismo por los túneles del metro. Diría que el 95% de los hombres japoneses a partir de cierta edad van vestidos con un traje igual, eso sí, adivínales tú la edad. Por otro lado, es impresionante que tantísimas personas metidas en un vagón de metro no hagan un solo ruido. Ellos van todos mirando el móvil y nosotros observando cada detalle de su rutinario miércoles. Llaman nuestra atención los vagones solo para mujeres, a partir de cierta hora, las uñas decoradas con perlas, los tintes de pelo y ropajes estridentes de algunos jóvenes y muchos niños pequeños que se desplazan solos por la ciudad más grande del mundo.
Llegamos a Roppongi y nos plantamos en una zona de compras bastante finolis. El edificio es una autentica pasada, es como 2 olas acristaladas, enfrentadas entre sí, pero dejando un paseo en el centro. Las cubiertas son ajardinadas y en el interior, compartiendo espacio con tiendas de las que te sirven champan para probarte unos zapatos y galerías de arte de pokemons terroríficos, está nuestra primera parada del día: Teamlab Borderless, un enorme espacio de exposición audiovisual interactiva, que nos deja un estupendo sabor de boca. Nos entretiene durante más de 2 horas y combina distintas experiencias y estímulos sensoriales. Luego te lo cuento en persona que si no esto se hace largo.
Al salir de la exposición, nos damos un paseo hasta la torre de Tokio (por algún motivo, empezamos a notar algo de pesadez en las piernas). En su día, esta torre, fue la torre de comunicaciones más alta del país. Esos tiempos pasaron y este precioso amasijo de hierros rojos y blancos, es ahora un mirador / atracción turística, bastante pasado de precio, pero que ofrece una preciosa panorámica de la ciudad. Es el primer mirador al que subimos de día y al mirar al horizonte ya lo tengo claro… Tokio no te lo acabas. Hasta donde te alcance la vista, en un día despejado como hoy y mirando hacia cualquiera de los puntos cardinales, no se ve el fin a la ciudad.
Nuevo pateo hasta el edificio Caretta Shiodome, tiene un mirador desde el que vemos la bahía de Tokio, los jardines Hamarikyu y el reloj de Ghibli y nos zampamos en su patio unos fideos con carne y cebollino que nos entonan el estómago y una ensalada horrible que Merche dice que está buenísima porque no le llega el riego al cerebro. Nos vamos para la isla artificial de Odaiba, en una especie de tren / bus elevado que va sin conductor y con unas vistas alucinantes.
Nos acercamos a uno de los frikismos de Japón, uno de tantos. Visitamos la estatua de 20 metros de altura del Gundam Unicorn, escala 1:1 y la Gundam base Tokio, una frikada de tienda enorme, con todas las maquetas que te imaginas de la serie Gundam, venden hasta la ropa de los personajes para que vayas vestido como ellos. Venden galletas de Gundam y hasta venden pinturas cuyas tonalidades han sido definidas por artistas “idol” famosas para que pintes sus armaduras con los colores que ellas apadrinan… Damos una vuelta por el centro comercial, flipante la cantidad de tiendas y la gente que aglutinan.
Después nos volvemos a poner en marcha para ir ver la réplica de la estatua de la Libertad (sí, has leído bien) y el atardecer en la playa de Odaiba, donde unas colegialas con sus típicos uniformes se hacían fotos bailando y posando junto a la orilla. Terminamos la tarde cenando en una hamburguesería hawaiana con vistas a la bahía. De vuelta al alojamiento, padecemos en nuestras carnes la aglomeración del metro de Tokio, las hormigas de esta mañana ya no son tan silenciosas, pero sí muy numerosas… no ha aparecido la figura esa del empleado de metro que empuja para poder cerrar la puerta, pero perfectamente podría haberlo hecho.
Comments are closed.