Anoche diluviaba en Phi phi kho. Una cortina de agua inmensa, de esas que parece que no van a terminar nunca.
Por la mañana nos hemos despertado con un sol radiante, que te achicharraba desde primera hora. Es nuestra última mañana de aventuras antes de volver a la meseta manchega y anoche nos prometimos en voz baja y sin mucha convicción ir a hacer snorkel a Shark point.
Pateamos la isla y llegamos deseando entrar en el agua. El comité de bienvenida es impresionante, a menos de 50 metros de la orilla nos reciben peces loro, peces payaso, ídolos moros, cirujanos, 2 morenas (una de ellas enorme y amenazante)… una pasada. Se nos van un par de horas sin darnos cuenta.
Muy cansados, magullados por los roces involuntarios con algún coral y con una sonrisa de oreja a oreja nos colocamos nuestos mochilones y decimos adiós al paraiso mientras el ferry a Phuket parte «raudo y veloz» (ja!, 2 horas en hacer 43 km).
Hace varios días que no digo que hace un calor insoportable, quizás empezamos a pensar que lo insoportable va a ser la vuelta al cole con las vacaciones que nos estamos pegando.
La llegada a Phuket es digna de una película de los hermanos Marx. Si contratas el transporte con la misma empresa, te ponen una pegatina fosforita con el nombre de tu hotel escrito con rotulador en la solapa. Cuando bajas del ferry, una legión de conductores de furgonetilla te espera con las gafas de leer de cerca puestas y te mira insistentemente el pecho (ouyeah) para ver si te lleva él u otro compañero. Es un caos ridiculo y genial que nos ha impresionado. Es un poco una metáfora del funcionamiento de este maravilloso país, tan avanzado para algunas cosas y tan arcaico y mohino para otras.
Nos damos una cena homenaje / fin de fiesta y volvemos al hotel justo antes del diluvio universal. Mañana 17 horas de avión para volver a casa.
Hasta la próxima aventura, ya es casi viernes 😉