Hasta esta tarde no volamos hacia el sur, así que nos ponemos las botas de patear, la cámara al cuello y empezamos la ruta para visitar algunos de los sitios más emblemáticos del centro histórico de Chiang Mai. Nuestra primera parada es un pequeño mercado de abastos con mucho encanto: especias, verduras, frutas y algún puesto de pescado que prescindiremos de describir.
Seguimos hacia los templos más famosos, todos chulísimos, ostentosos, como a ellos les gustan. Budas, oro (pero no oro oro), ofrendas (tipo varias fantas de fresa abiertas con una pajita, un loto, una funda llena de billetes de 20 bahts, incienso o figuritas que desafían al buen gusto de feas) y gente por todas partes.
En todos los templos, nos recuerdan con carteles que debemos vestir decorosamente, nada de pantalón corto o tirantes, y hay que descalzarse. Ahí nos ves a nosotros cada vez que queremos entrar a un templo poniendonos las perneras del pantalon y dejando las botas en la puerta.
Para terminar la mañana, nos hemos acercado a otro mercado local, este sí, enorme y muy muy auténtico. Nada de turistas ni carteles en inglés. Vemos una zona con puestos de comida y mesas llena de paisanos y, por supuesto, nos quedamos. Uno de los puestos parece especializado en ensaladas y pedimos una de papaya «not so spicy». ¡ERROR! Arde como el infierno. Esta gente debe tener las papilas gustativas insensibles. También probamos (aunque no sabemos lo que es) el Kao soi, plato típico de esta zona. Resulta ser un guiso con tallarines, pollo y alguna cosa más, muy rico. Todo esto y 2 botellas de agua por 2 euros.
Volvemos al hotel a recoger las maletas y nos toca negociar con 2 o 3 conductores el sablazo para llevarnos al aeropuerto y coger el avión que nos llevará a la última etapa de nuestro viaje.