Son las 7 de la mañana y ya estamos subidos en coche con dirección Madrid. La gente del aparcamiento de larga estancia no encuentra nuestra reserva y empezamos a ponernos nerviosos. Sí, varios meses preparando el viaje y el día de salida nos levantamos tarde y vamos con la hora justa.
Nuestro mostrador de check in está nada mas entrar, los cielos se abren a nuestro paso. Nos montamos en un boeing 737 del más puro estilo aerolinea lowcost, nada de pantallas, wifi o poder estirar las piernas. 5 horas y un espectacular aterrizaje manual después, llegamos a Moscù.
Zasca! -3º y un palmo de nieve, los abrigos se quedaron en España así que a pasar frío mientras Vladimir y su abrigo forrado de pelete deciden arrancar y llevarnos a la terminal. Es la primera vez que hacemos escala y todo nos ha salido redondo. Un paseo de 20 minutos hasta la terminal de salidas internacionales nos reactiva las piernas y el ánimo. Ahora sí, nos subimos a un pepino alado de 3 filas de asientos, un boeing 777, nos enchufan las teles, unas zapatillas de cortesía, la cena y a intentar dormir. 2 peliculas, un disco de grandes exitos del jazz y casi 10 horas después no hemos pegado ojo, pero estamos aterrizando en Bangkok.
Sigue tu Merche que a mi me está dando sueño….
Rellenamos la tarjeta de entrada al país, pasamos por el control de pasaportes y recogemos nuestras mochilas. Salimos de la terminal de llegadas en busca del tren que nos llevará a la ciudad.
Al llegar a la nuestra parada y salir a la calle, todo es un poco locura. Gente, coches y ese engendro motorizado llamado tuc tuc van por todos lados y en sentidos que no esperas (conducen por la izquierda), aceras muy estrechas y el calor y la humedad que pegan fuerte. Ponemos el gps la dirección del hotel, con tan mala suerte que la ponemos mal, y tardamos una hora en encontrarlo, y eso que estaba muy cerca de la estación.
Llegamos molidos y sudorosos. Menos mal que el hotel está genial y la chica de recepción es super amable. Nos deja entrar ya en la habitación aunque no es la hora del check in todavía y nos han preparado 2 botellas de agua que nos vienen como caídas del cielo. Dejamos las mochilas y nos metemos en la cama para echar una pequeña siesta. El cuerpo lo necesita.
Por la tarde, un poco menos cansados, salimos a conocer Bangkok y ni cortos ni perezosos nos metemos de lleno en el mercado de Chatuchak, un mercadillo de fin de semana que ocupa una extensión equivalente a 5 campos de fútbol. Alucinas! Hay absolutamente de todo, desde camisetas y zapatillas, hasta antigüedades y todo tipo de puestos de comida. Después, la parada de metro nos deja cerca del MBK, un enorme centro comercial, y decidimos explorarlo y aprovechar para cenar allí. Alucinas otra vez! Millones de puestos de móviles, ropa, oficinas de cambio y sitios para comer. Elegimos un restaurante de sushi (hay muchísimos) de esos que los platos van pasando por delante de ti y no nos equivocamos. Todo espectacular. Y además probamos la cerveza Singha tailandesa, que nos sorprende gratamente.